jueves, 23 de enero de 2014

Tres preguntas sobre el amor y el alma enamorada "¿A quién amamos cuando amamos?"

El psiquismo sigue dos direcciones: el apego y el desapego. Ambas forman parte de una estructura necesaria del alma, como dos momentos de un mismo proceso. El apego representa la fuerza del pasado en el presente, las ataduras que nos llevan a vincularnos desde patrones aprendidos en la infancia con las oportunidades actuales. Por el contrario, el desapego implica la capacidad de crear nuevas relaciones dejando de lado los excesos de equipajes que nos empujan hacia una determinada dirección, ya conocida, en la elección de nuestros amores.
Los psicoanalistas denominan transferencia al apego, y de alguna manera afirman, con cierta razón, que todas nuestras relaciones han sido y son transferenciales, y al desapego repetición, en el sentido de encuentro fallido, ya que nunca lo encontrado es igual a lo buscado. Este aparente fracaso de los encuentros abre a la persona a la dimensión de lo nuevo y diferente y por lo tanto a la necesidad de seguir buscando aquello que, detenerlo, la completaría. La transferencia, el apego, cierra la búsqueda; la repetición, el desapego, vuelve a abrirla. 
La transferencia puede ser definida como la reedición de afectos y vínculos del pasado en la actualidad y en este sentido, este proceso muestra la fuerza que en el alma tiene la historia y cómo se puede estar viviendo una relación hoy (o sentir un afecto), no por lo que la relación es en sí misma sino por lo que del ayer conlleva. 
Uno proyecta en el otro las nostalgias, los anhelos y las quejas que quedaron endientes y lo trata de la manera como se vinculaba antaño de modo que, a veces, uno cree amar a alguien pero sólo se trata de una ilusión: está amando a alguien del pasado revivido en alguien del presente.
Por eso, de cierto modo, los amores transferenciales son siempre reencarnaciones. 
Hay que pensar que las cosas, en los encuentros amorosos, no son como parecen ser. No es porque te vi que te amo, sino porque te amo es que te vi. No es la percepción la que impone una condición de amor, sino que es el amor el que determina mi percepción. El otro ya moraba en mi antes que lo descubriera en el afuera y esto se debe a que fui formando a lo largo de mi historia, con mis primeros amores, un modelo que reitero y desde el cual elijo. 
Cuando alguien aparece debe tener algún signo capaz de despertar las energías transferenciales. Es alguien que "calza" en el modelo interno y que, aunque parecido, nunca es idéntico al original. De aquí surge la decepción, la decepción que , dominados por la pasión transferencial miramos desde el ego y en vez de reconocer que nosotros habíamos puesto en el otro algo que el otro no tenía le reprochamos lo que creemos que no nos dio. De manera que, ante la decepción, la persona prisionera de este afecto, puede sentirse frustrada, engañada o despechada o aprender que el otro es alguien diferente que debe ser amado tal como es, no tal como uno necesita que el otro sea. En esto se distingue el querer del amor. El querer busca lo igual el amor lo diferente, para hacer con esta diferencia motivo de una nueva búsqueda y de una nueva creación. 
Aceptar lo diferente, la decepción no como frustración, sino como posibilidad de seguir buscando en esto consiste la repetición. Repetición significa volver a pedir. Volver a pedir aquello que me falta para completarme, y lo que me falta es el amor. Querer es pensar que el amor es un hallazgo ; amar, en cambio, es pensar que el amor es una búsqueda.
De manera que, cuando nos preguntamos ¿a quién amamos cuando amamos ? la respuesta no circula ta fácilmente como lo que puede parecer. Esto se debe a que:
Cada amor resume todos los amores pasados de manera que, cuando amamos, no sólo amamos a una persona sino a muchas en una, ya que el trabajo del amor, en parte, consiste en esto: amar en una persona a muchas, aprendiendo a cada paso saber diferenciar quien es quien en cada encuentro; en cada amor se busca encontrar los anhelos soñados y los deseos pendientes y si el amor da cuerpo a nuestros sueños y cuando amamos el otro está lleno de nuestras ilusiones, hasta el punto que, sin darnos cuenta, amamos a un imaginario que completa en nosotros, la fantasía de sentirnos realizados; amamos a quien predestinado por la vida para aparecer en nuestro camino para enseñarnos algo que necesitábamos aprender; amamos en alguien algo que dejamos pendiente en el pasado; amamos a una persona desconocida, que sin embargo, parece tan conocida; amamos...
En suma, a quien amo cuando amo es al amor que se encarna (hoy) en una persona en la que creo descubrir el paraíso perdido, a mis propias ilusiones puestas en el otro, a mis propios fantasmas reflejados, pero también, a una persona en la que creo ver, tal vez por un instante o por una eternidad, a esa otra que es " la que más se parece a la que siempre soñé"

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