miércoles, 24 de julio de 2013

La sombra del hombre de mediana edad:

La crisis de la madurez nos obliga a revisar nuestra vida y buscar la forma de conferirle un sentido más profundo. Pero para ello debemos tener en cuenta que la creación y la destrucción constituyen aspectos fundamentales de la vida. A medida que el tiempo discurre vamos tomando conciencia del proceso universal de destrucción que acabará con nuestra existencia y esa misma conciencia nos lleva a afirmar con más vehemencia nuestra propia vida y la de las generaciones venideras. En consecuencia, cada vez sentimos con más intensidad la necesidad de crear; que no se limita a "hacer algo" sino que consiste en dar vida, en dar a luz a algo. El espíritu creativo es capaz de infundir vida a una canción, un cuadro, una simple cuchara o un juguete por ejemplo, y enriquecer, de ese modo, la vida de quienes entren en contacto con él. La certidumbre de la muerte que acompaña a la crisis de la mediana edad intensifica, pues, los dos aspectos de la polaridad creación/destrucción, despertando nuestra creatividad y haciéndonos al mismo tiempo, tomar conciencia de la presencia de las fuerzas destructivas de la naturaleza en la vida y en nosotros mismos. Quien es capaz de ver, contempla la muerte y la destrucción por doquier. En la misma naturaleza una especie se come a otra y sirve de alimento, a su vez, a una tercera. La evolución geológica de la tierra supone un proceso continuo de destrucción y transformación. Para construir hay que destruir, para organizar hay que desorganizar. Nadie alcanza los 40 años sin haber experimentado , de algún modo las dolorosas consecuencias de la destructividad humana. De una manera u otra, los demás incluyendo las personas más próximas a nosotros han dañado nuestra autoestima, dificultando nuestro desarrollo y obstaculizando, de una u otra forma, el logro de lo que más deseábamos y en ocasiones, nosotros mismos hemos sido los causantes del sufrimiento de nuestros semejantes, incluyendo a nuestros seres más queridos. Esta revisión de la vida que tiene lugar durante la crisis de la madurez nos obliga a reconsiderar el daño real o imaginario que los demás puedan habernos hecho. Quizás sintamos entonces una rabia impotente hacia nuestros padres, nuestra esposa, nuestros maestros, nuestros amigos o nuestros más queridos a quienes a partir de ahora consideraremos los causantes de todas nuestras desdichas y, y lo que es todavía más difícil deberemos también tomar conciencia de nuestra culpabilidad por haber sido destructivos con los demás y con nosotros mismos. Para ello deberemos preguntarnos: ¿En qué medida he renunciado a asumir mi responsabilidad con respecto a mis seres queridos y a empresas que afectaban a otros seres humanos?¿De qué modo me he traicionado a mi mismo y he desaprovechado las oportunidades de crecimiento que se me han presentado?.
Esta toma de conciencia nos lleva a comprender mas profundamente el papel que juega la destructividad en nuestra propia vida y en los asuntos humanos en general. La mayor parte de este trabajo, sin embargo, es inconsciente e implica, sobre todo, la reelaboración de los sentimientos y experiencias dolorosas. Hay quienes articulan sus nuevos conocimientos verbalmente, otros, en cambio, lo expresan estéticamente a través de la música, la pintura o la poesía, pero la mayoría se limitan a vivir su propia vida. En cualquier caso, sin embargo, nos veremos obligados a reconocer nuestra culpabilidad y nuestro dolor como víctimas y villanos de la interminable historia de la crueldad del hombre consigo mismo. Si el peso de la culpa y el sufrimiento es excesivo seremos incapaces de superarlos y nos veremos obligados a seguir creyendo que la destructividad no existe y, por lo tanto nuestra capacidad de crear, amar y afirmar la vida se verá seriamente perjudicada.
También es necesario que reconozcamos y asumamos nuestra propia capacidad destructiva ya que, aunque no alberguemos ningún tipo de hostilidad, nuestras acciones a veces resultan dolorosas para nuestros semejantes. Como padres, por ejemplo podemos castigar a nuestros hijos con la mejor de las intenciones y la peor de las consecuencias, nuestra relación amorosa por su parte, puede enfriarse repentinamente, perder todo sentido y llevarnos a cortar la relación a pesar del abandono y la traición que puede experimentar nuestra pareja, nuestra profesión por su parte puede obligarnos a despedir a personas honradas pero incompetentes, dañando su autoestima y sus aspiraciones. No existe ninguna acción que sea totalmente inofensiva y debemos ser muy consciente de que, a pesar de querer hacer el bien, necesariamente, haremos daño y, en algunos casos, provocaremos más mal que bien.



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