viernes, 15 de marzo de 2013

¿Amo al otro como a mi mismo?

Llega un momento en algunas relaciones en que a pesar de los intentos sinceros por conciliar las diferencias o del deseo intenso de recrear una parte del pasado una vez compartido, el conflicto se torna tan doloroso que no puede sentirse nada más, y el mundo y toda su belleza sólo contribuyen a la desazón al proporcionar un cruel contraste...

" Y vivieron siempre felices es una de las oraciones más trágicas de la literatura. Es trágica debido a que afirma una falsedad sobre la vida y ha llevado a innumerables generaciones a esperar algo de la existencia humana que no es dable esperar sobre esta tierra frágil, imperfecta y defectuosa".
No somos malvados, inadecuados o incompetentes cuando nuestras relaciones fracasan. Puede haber sucedido simplemente que fuéramos demasiado confiados respecto a ellas, que no estuviéramos preparados en la forma adecuada o que no fuéramos realistas en lo que esperábamos de ellas. No todas las relaciones son correctas. En tanto cambien los valores, se amplíen las ideas, las fachadas humanas permanezcan impenetrables y los comportamientos humanos impredecibles, continuaremos cometiendo errores.
La medida justa de una buena relación es el grado en que alimenta el óptimo crecimiento intelectual, emocional y espiritual. De tal forma, si una relación se torna destructiva, pone en peligro nuestra  dignidad humana, nos impide crecer, nos deprime y desmoraliza constantemente, y hemos hecho todo lo posible para evitar que fracase, entonces, salvo que seamos masoquistas y gocemos con el dolor, debemos ponerle fin. No somos para todos, y todos no son para nosotros.
¿Si no podemos estar con el otro, podemos, al menos, no herirlo?
Cuando se ama a alguien, no se lo ama todo el tiempo, exactamente del mismo modo, en todo momento. Es imposible. Es una mentira pretender que es así. Y, sin embargo eso es exactamente lo que la mayoría de nosotros exige. Tan poca fé tenemos en el flujo y reflujo de la vida, del amor, de las relaciones. Nos elevamos con el flujo de la marea y resistimos con terror su reflujo. Tememos que nunca retornará. Insistimos en la permanencia, la duración, la continuidad, cuando la única continuidad posible, tanto en la vida como en el amor resinde en el crecimiento, la fluidez, la libertad.
Ésta no es una tarea fácil. El aprender a vivir con el otro y amarlo requiere técnicas tan delicadas y estudiadas como las del cirujano. Sin embargo  nosotros , seres humanos frágiles y mal equipados, seguimos adelante, haciendo amistades, contrayendo matrimonios, formando familias. No resulta sorprendente, que relaciones que se iniciaron con el asombro gozoso de la ingenuidad terminen con frecuencia en desilusión, la angustia y la desesperanza. 
No existe el ser o el llegar a ser sin relacionarse. Desde un principio, crecemos sintiendo la necesidad e importancia de la proximidad. Nosotros, seres humanos, tenemos un período de dependencia superior al de cualquier otra criatura viviente. Al nacer, totalmente indefensos, formamos nuestra primera pareja, madre-hijo y a partir de ese momento, cuanto más sofisticada se torna nuestra vida más nos interrelacionamos . Pasamos nuestra vida tejiendo una relación con otra hasta crear un diseño completo, como la tela de una araña.
Nuestra misma supervivencia depende de nuestras relaciones. Si en la niñez no recibimos amor de otros seres humanos, nos debilitamos, caemos en la psicosis, la idiotez o morimos. Y de adultos, continuamos dependiendo de la solidaridad recíproca para alcanzar nuestras mayores alegrías y nuestro crecimiento más significativo. 
Pero, esto sólo pareciera que se hiciera evidente en los momentos en que nos encontramos desconectados, separados de las relaciones profundas, ya sea por muerte, divorcio o separaciones físicas que parten en dos nuestra intimidad y nos dejan solos. Es extraño que aún sabiendo de nuestra necesidad desesperada por relacionarnos durante la mayor parte de nuestra vida continuemos comportándonos en forma vacía e irresponsable que nos lleva a un aislamiento aún mayor.
No se puede tomar a la ligera una relación de amor.
Salvo que busquemos sufrir, nunca deberemos emplear el método de tanteo. Muchos de nosotros hemos pagado con lágrimas, confusión y culpa el costo de este lento método.

El hombre es sólo una red de relaciones, y solamente éstas le importan.
                                                                                                                   St. Exupéry 


Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.
                                                                                                                   Juan, 15,17

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