Para la conciencia, la vinculación con el grupo de origen tiene prioridad sobre cualquier razón o cuestión moral. Esto significa que los miembros de una familia están sujetos a una lógica y a un modo de proceder esperado (valores, códigos), que no necesariamente son válidos para otros grupos o personas.
El peso de esa conciencia sobre nosotros hace que nos sintamos bien (o inocentes) cuando cumplimos con las condiciones impuestas por el grupo y , en cambio, experimentamos malestar (nos sentimos culpables) cuando nos apartamos de ellas. En el primer caso vivenciamos el derecho a la pertenencia como amparo y cercanía de los otros. En el segundo, la sensación que nos invade es la de miedo ante la posibilidad de ser expulsados, separados del grupo.
Estas sensaciones no se dan puras ya que el gran sueño de amparo siempre peligra. Esto podemos comprobarlo en el hecho de que, cuanta más seguridad se le brinda a un hijo, más teme perderla. Por ende, el derecho a la pertenencia puede ser cuestionado: es el caso de los excluidos por algún motivo.
Cada grupo tiene su propia conciencia y como las personas pertenecen a varios grupos están sujetas a múltiples criterios, que sólo son válidos hacia el interior de cada uno.
Como la vinculación tiene prioridad ante todo, la culpa con respecto a ésta (al trasgredir las leyes del grupo) es padecida como el peor de los castigos. En cambio, la inocencia (al seguir las leyes del grupo) en la vinculación nos depara una profunda felicidad y es el más preciado de nuestros anhelos infantiles.
La atadura, el peso de la conciencia es mayor cuanto más abajo se esté ubicado en un grupo, por eso los niños son los más expuestos. Son ellos en general los que, en lugar de sus padres o antepasados, expían culpas o toman venganza por injusticias cometidas en el pasado. No lo eligen, no son conscientes, ya que se encuentran bajo la presión de un sentido de compensación.
Hellinger observa que nunca tenemos la conciencia tranquila porque como ésta sirve tanto a las necesidades de vinculación como a las de equilibrio y orden, es imposible satisfacerlas a todas a la vez y mientras nos declara culpable en un sentido, nos absuelve en el otro.
Por ejemplo, si una madre obliga a su hijo a quedarse en la habitación porque se ha portado mal, el castigo sólo tiene en cuenta la necesidad de orden. Si la penitencia se extiende todo el día, lo que puede dañarse es el vinculo, por eso muchos padres perdonan a sus hijos parte del castigo. Aunque si no aplican alguno, corren el riesgo de herir el orden.
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