Esta afirmación se refiere a la necesidad de darse el permiso para sanar. No hay duda de que el espíritu desea transformar el dolor y eliminarlo por completo. Pero no puede actuar sin su permiso, porque el alma siempre respeta el libre albedrío. Debo tener la certeza de querer poner fin a su sufrimiento. Es difícil comprender por qué alguien querría aferrarse al sufrimiento, pero hay un plano en el cual podría proporcionar un beneficio secundario. El sufrimiento hace que el YO se sienta reconocido, importante, centro de atención. Alivia la necesidad de ocuparse de uno mismo o de enfrentar las crisis o las dificultades. Es necesario resolver todas las razones secundarias para que la sanación del alma pueda actuar libremente (aunque no son suficientes para bloquearla por completo). Declare hoy su voluntad de no aferrarse a ningún otro motivo para prolongar el sufrimiento.
Tal vez podrá encontrar en un camino más sano el mismo efecto BUENO que pueda estar obteniendo a través de su sufrimiento. El ego tiene muchas necesidades. Cuando la persona se siente demasiado culpable o avergonzada para reconocer que todavía tiene necesidades infantiles, el sufrimiento puede acudir al rescate. Así, la persona encuentra una forma penosa de obtener gratificación sin pedirla directamente, mediante una estrategia que suele ser inconsciente. No hay necesidad de juzgarse duramente cuando el dolor tiene un componente de necesidad. Juzgar siempre será un problema, nunca una solución. Pida a su alma que le brinde lo que realmente desea. Quizás esté pidiendo amor a gritos, esperando ser rescatado o pidiendo reconocimientos. Ésos son sentimientos legitimos que el espíritu puede satisfacer porque la transformación siempre es posible y se refiere a cambiar su paisaje interior. Cuando desaparece un obstáculo, todo dentro de usted está listo para cambiar, se abre un mundo de nuevas posibilidades si usted está dispuesto a aprovecharlas. No exija un cambio total de emociones. Cuando el antiguo dolor desaparece siempre hay una revelación y ésta se convierte en la clave para saber qué hacer después. Por ejemplo, cuando NECESITO SUFRIR DE ESTA FORMA ha desaparecido, la revelación podría ser que usted puede volver a estudiar música, o cambiar un amigo negativo por uno más positivo, etc. Estos cambios, en el mundo externo reflejan un cambio en lo interno. La transformación rara vez se presenta como la de la Cenicienta, que se convirtió en princesa en un instante, y más bien, se presenta como una cadena de nuevas posibilidades, una puntada a la vez. Cuando tenga todas las puntadas habrá conseguido una transformación total. Descubrimientos inimaginables se abren ante usted. Todos tienen forma de PUEDO HACER AHORA LO QUE ANTES PENSABA QUE NO PODÍA. Al final del camino estos pequeños pasos se convertirán en CONOZCO LA REALIDAD DE DIOS, DE QUIEN ANTES PENSABA QUE NO ESTABA ALLÍ.
lunes, 10 de diciembre de 2012
Una nueva vida, esta vida.
Tenemos la visión en general de la reencarnación pero unido a otros caminos de elevación, considerando a la unidad como una forma indispensable e indisoluble de la elevación o la caída. Son sus herramientas fundamentales, las acciones, y el motor que las impulsa, la voluntad, guiadas por el libre albedrío. En cada una de las vidas que vivimos, se nos da la oportunidad única de poner todos esos componentes en acción. Es por lo tanto cada vida, desde ese concepto, única e irrepetible y de acuerdo a nuestro accionar o no, dependerá el transcurso de ella, pero también dependerán de ella las próximas. Somos responsables de cada minuto vivido y no vivido, y por consiguiente de la sucesión de intensidades y vivencias que nosotros llamamos tiempo. Es precisamente el tiempo, aquello que pensamos inmanejable, al que tratamos a toda costa de atrapar y detener, sin darnos cuenta que, en esa acción, se nos escapa más rápidamente de nuestras manos.
Cuántos de nosotros a la espera de una cita, de un encuentro, o de un colectivo, por nuestra urgencia, miramos permanentemente el reloj, tratando de adelantar el tiempo físico, sin darnos cuenta, que por esa acción, demoramos nuestro tiempo interior, los que eran minutos se transforman en horas interminables que lánguidamente se arrastran en la esfera de nuestras emociones. Entonces, esclavos de un juego interno malévolo y perverso, quedamos prisioneros de lo que queríamos en realidad escapar, precisamente por querer escapar.
Somos los constructores de nuestra propia celda, cuyos barrotes se asientan firmemente en nuestro pasado y el cerrojo que la guarda fue forjado por nuestros temores al futuro.
¿Pero cuál es la llave que puede abrir esta puerta, o con qué herramientas podemos destruir las paredes de nuestra jaula?
La llave es tan efímera y real al mismo tiempo que muchas veces la tenemos en la mano y no la queremos ver, en la inconstante realidad que nos rodea, en esa mezcla interminable de presentes, que modifican permanentemente nuestros pasados, y consolidan una visión distinta a cada segundo de nuestro futuro.
Si tomamos al tiempo como una unidad de pasado, presente y futuro, hace que, el tiempo, no exista, pero asimismo le de la mayor de las existencias reales.
La profunda paradoja la resuelve aquel que posee todos los tiempos, pues para el, el tiempo no existe.
¿Pero como vivirlo en lo cotidiano, como encontrar el equilibrio justo que nos lleve al encuentro, sin siquiera buscarlo?
Quizás, viviendo cada segundo de nuestra vida, como si fuera el último; y planificándolo, como si fuera el primero.
Cuántas cosas dejamos para mañana, pensando erróneamente que tenemos el tiempo comprado, o que aquello que nos rodea es eterno, que espera nuestra decisión y qe allí está aguardando.
Cuántos son los besos que no damos, los abrazos que nos negamos, o la palabra de amor, reconocimiento o afecto que muere en nuestra garganta esperando un después, ese después nunca llega o lo que es peor, aquellos a los que iban dirigidos ya no están.
Y si en ese momento, al darnos cuenta de la imposibilidad de realizar lo que en nuestro interior sentíamos que comenzamos a lamentarnos por el tiempo perdido, y por todo aquello que no hicimos y ya no podemos hacer.
Entonces, quedamos prisioneros de las dos paredes del tiempo, prometiendo a futuro hacer lo que hoy deseamos, lamentándonos del pasado por no haberlo hecho.
Y en ese discurrir nos negamos la posibilidad real de modificar en efímero y tangible presente, aquello que hoy sentimos y que no nos animamos a ver, para no accionar.
Sin darnos cuenta, en la búsqueda de la felicidad somos prisioneros del tiempo, para no encontrarla, puesto que nos asusta tanto su encuentro, que preferimos sentirnos frustrados, seres que no alcanzan lo deseado, como aquel que tras una vidriera trata de tocar el futuro impalpable, o se transforma en una herida víctima de lo perdido en el pasado sin comprender, que somos los mayores artífices de esas pérdidas.
Y son esos Darmas cotidianos, los que permanentemente desaprovechamos y van incrementando nuestro Karma en esta y las próximas vidas.
Por lo general, lo que guardamos y atesoramos sin utilizar son nuestros afectos más intensos, por más simples que sean, nuestras emociones más puras, nuestros pensamientos más nobles, nuestras acciones más tiernas.
No guardamos, la bronca, ni el rencor puesto que de una u otra forma lo sacamos afuera, ya sea hiriendo a otros o a nosotros mismos, o ambas cosas a la vez.
No guardamos los malos pensamientos, ni los malos deseos, puesto que afloran permanentemente, en nuestros días como frustración, o en nuestras noches como malos sueños.
No guardamos nuestra violencia y agresión, que sin barreras brota desde una palabra, hasta un gesto, y comúnmente hacia aquellos que no lo merecen.
Somos capaces de dar una cachetada, pero nos guardamos una caricia.
Somos capaces de lanzar en el propio rostro de alguien a quien queremos herir, nuestra mayor indiferencia, y no nos animamos a dar el beso.
Somos capaces de insultar con el peor de los epítetos, pero incapaces de dejar aflorar las palabras de ternura que mueren antes de llegar a nuestra boca.
Somos capaces de odiar profundamente, y no somos capaces de amar con la misma intensidad.
Somos capaces de guardar rencor por las ofensas, y no somos capaces de dejar aflorar la palabra de comprensión que hay en nuestro corazón.
Sacamos para fuera, lo más ruin, violento, perverso y dejamos que se expanda.
Atesoramos, avaramente, lo mejor que poseemos, sin darnos cuenta que esa buena semilla si la seguimos guardando se descompondrá y ya no servirá si pasa la época de la siembra.
Quien desea poner esfuerzo en cultivar amarguras si puede dedicarse a lograr mejores cosas, porque podemos cultivar lo más bello de nosotros, para que florezca cada día, en cada momento, y que al mismo tiempo, florezca en los demás.
Quizás podríamos manejar el tiempo viviendo cada segundo, como si fuera el último y planificandolo como si fuera el primero. Y en la unidad del pensamiento y en su acción, están las claves internas por las cuales las puertas interiores se abrirán de par en par. Porque, así como tenemos la opción de vivir o no cada segundo, también optamos por que clase de proyecto de vida tenemos.
Somos en nuestra vida, los labriegos del campo de nuestra alma, y día tras día deberíamos levantarnos a plantar la semilla tenaz de la esperanza, para que crezca en el mañana. Y así, en unidad, podemos tener una nueva vida, en esta vida, si en su justo equilibrio : Vivimos cada segundo de nuestra vida como si fuera el último y lo planificamos como si fuera el primero.
Cuántos de nosotros a la espera de una cita, de un encuentro, o de un colectivo, por nuestra urgencia, miramos permanentemente el reloj, tratando de adelantar el tiempo físico, sin darnos cuenta, que por esa acción, demoramos nuestro tiempo interior, los que eran minutos se transforman en horas interminables que lánguidamente se arrastran en la esfera de nuestras emociones. Entonces, esclavos de un juego interno malévolo y perverso, quedamos prisioneros de lo que queríamos en realidad escapar, precisamente por querer escapar.
Somos los constructores de nuestra propia celda, cuyos barrotes se asientan firmemente en nuestro pasado y el cerrojo que la guarda fue forjado por nuestros temores al futuro.
¿Pero cuál es la llave que puede abrir esta puerta, o con qué herramientas podemos destruir las paredes de nuestra jaula?
La llave es tan efímera y real al mismo tiempo que muchas veces la tenemos en la mano y no la queremos ver, en la inconstante realidad que nos rodea, en esa mezcla interminable de presentes, que modifican permanentemente nuestros pasados, y consolidan una visión distinta a cada segundo de nuestro futuro.
Si tomamos al tiempo como una unidad de pasado, presente y futuro, hace que, el tiempo, no exista, pero asimismo le de la mayor de las existencias reales.
La profunda paradoja la resuelve aquel que posee todos los tiempos, pues para el, el tiempo no existe.
¿Pero como vivirlo en lo cotidiano, como encontrar el equilibrio justo que nos lleve al encuentro, sin siquiera buscarlo?
Quizás, viviendo cada segundo de nuestra vida, como si fuera el último; y planificándolo, como si fuera el primero.
Cuántas cosas dejamos para mañana, pensando erróneamente que tenemos el tiempo comprado, o que aquello que nos rodea es eterno, que espera nuestra decisión y qe allí está aguardando.
Cuántos son los besos que no damos, los abrazos que nos negamos, o la palabra de amor, reconocimiento o afecto que muere en nuestra garganta esperando un después, ese después nunca llega o lo que es peor, aquellos a los que iban dirigidos ya no están.
Y si en ese momento, al darnos cuenta de la imposibilidad de realizar lo que en nuestro interior sentíamos que comenzamos a lamentarnos por el tiempo perdido, y por todo aquello que no hicimos y ya no podemos hacer.
Entonces, quedamos prisioneros de las dos paredes del tiempo, prometiendo a futuro hacer lo que hoy deseamos, lamentándonos del pasado por no haberlo hecho.
Y en ese discurrir nos negamos la posibilidad real de modificar en efímero y tangible presente, aquello que hoy sentimos y que no nos animamos a ver, para no accionar.
Sin darnos cuenta, en la búsqueda de la felicidad somos prisioneros del tiempo, para no encontrarla, puesto que nos asusta tanto su encuentro, que preferimos sentirnos frustrados, seres que no alcanzan lo deseado, como aquel que tras una vidriera trata de tocar el futuro impalpable, o se transforma en una herida víctima de lo perdido en el pasado sin comprender, que somos los mayores artífices de esas pérdidas.
Y son esos Darmas cotidianos, los que permanentemente desaprovechamos y van incrementando nuestro Karma en esta y las próximas vidas.
Por lo general, lo que guardamos y atesoramos sin utilizar son nuestros afectos más intensos, por más simples que sean, nuestras emociones más puras, nuestros pensamientos más nobles, nuestras acciones más tiernas.
No guardamos, la bronca, ni el rencor puesto que de una u otra forma lo sacamos afuera, ya sea hiriendo a otros o a nosotros mismos, o ambas cosas a la vez.
No guardamos los malos pensamientos, ni los malos deseos, puesto que afloran permanentemente, en nuestros días como frustración, o en nuestras noches como malos sueños.
No guardamos nuestra violencia y agresión, que sin barreras brota desde una palabra, hasta un gesto, y comúnmente hacia aquellos que no lo merecen.
Somos capaces de dar una cachetada, pero nos guardamos una caricia.
Somos capaces de lanzar en el propio rostro de alguien a quien queremos herir, nuestra mayor indiferencia, y no nos animamos a dar el beso.
Somos capaces de insultar con el peor de los epítetos, pero incapaces de dejar aflorar las palabras de ternura que mueren antes de llegar a nuestra boca.
Somos capaces de odiar profundamente, y no somos capaces de amar con la misma intensidad.
Somos capaces de guardar rencor por las ofensas, y no somos capaces de dejar aflorar la palabra de comprensión que hay en nuestro corazón.
Sacamos para fuera, lo más ruin, violento, perverso y dejamos que se expanda.
Atesoramos, avaramente, lo mejor que poseemos, sin darnos cuenta que esa buena semilla si la seguimos guardando se descompondrá y ya no servirá si pasa la época de la siembra.
Quien desea poner esfuerzo en cultivar amarguras si puede dedicarse a lograr mejores cosas, porque podemos cultivar lo más bello de nosotros, para que florezca cada día, en cada momento, y que al mismo tiempo, florezca en los demás.
Quizás podríamos manejar el tiempo viviendo cada segundo, como si fuera el último y planificandolo como si fuera el primero. Y en la unidad del pensamiento y en su acción, están las claves internas por las cuales las puertas interiores se abrirán de par en par. Porque, así como tenemos la opción de vivir o no cada segundo, también optamos por que clase de proyecto de vida tenemos.
Somos en nuestra vida, los labriegos del campo de nuestra alma, y día tras día deberíamos levantarnos a plantar la semilla tenaz de la esperanza, para que crezca en el mañana. Y así, en unidad, podemos tener una nueva vida, en esta vida, si en su justo equilibrio : Vivimos cada segundo de nuestra vida como si fuera el último y lo planificamos como si fuera el primero.
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