lunes, 10 de diciembre de 2012

Una nueva vida, esta vida.

Tenemos la visión en general de la reencarnación pero unido a otros caminos de elevación, considerando a la unidad como una forma indispensable e indisoluble de la elevación o la caída. Son sus herramientas fundamentales, las acciones, y el motor que las impulsa, la voluntad, guiadas por el libre albedrío. En cada una de las vidas que vivimos, se nos da la oportunidad única de poner todos esos componentes en acción. Es por lo tanto cada vida, desde ese concepto, única e irrepetible y de acuerdo a nuestro accionar o no, dependerá el transcurso de ella, pero también dependerán de ella las próximas. Somos responsables de cada minuto vivido y no vivido, y por consiguiente de la sucesión de intensidades y vivencias que nosotros llamamos tiempo. Es precisamente el tiempo, aquello que pensamos inmanejable, al que tratamos a toda costa de atrapar y detener, sin darnos cuenta que, en esa acción, se nos escapa más rápidamente de nuestras manos. 
Cuántos de nosotros a la espera de una cita, de un encuentro, o de un colectivo, por nuestra urgencia, miramos permanentemente el reloj, tratando de adelantar el tiempo físico, sin darnos cuenta, que por esa acción, demoramos nuestro tiempo interior, los que eran minutos se transforman en horas interminables que lánguidamente se arrastran en la esfera de nuestras emociones. Entonces, esclavos de un juego interno malévolo y perverso, quedamos prisioneros de lo que queríamos en realidad escapar, precisamente por querer escapar. 
Somos los constructores de nuestra propia celda, cuyos barrotes se asientan firmemente en nuestro pasado y el cerrojo que la guarda fue forjado por nuestros temores al futuro. 
¿Pero cuál es la llave que puede abrir esta puerta, o con qué herramientas podemos destruir las paredes de nuestra jaula?
La llave es tan efímera y real al mismo tiempo que muchas veces la tenemos en la mano y no la queremos ver, en la inconstante realidad que nos rodea, en esa mezcla interminable de presentes, que modifican permanentemente nuestros pasados, y consolidan una visión distinta a cada segundo de nuestro futuro. 
Si tomamos al tiempo como una unidad de pasado, presente y futuro, hace que, el tiempo, no exista, pero asimismo le de la mayor de las existencias reales. 
La profunda paradoja la resuelve aquel que posee todos los tiempos, pues para el, el tiempo no existe. 
¿Pero como vivirlo en lo cotidiano, como encontrar el equilibrio justo que nos lleve al encuentro, sin siquiera buscarlo? 
Quizás, viviendo cada segundo de nuestra vida, como si fuera el último; y planificándolo, como si fuera el primero. 
Cuántas cosas dejamos para mañana, pensando erróneamente que tenemos el tiempo comprado, o que aquello que nos rodea es eterno, que espera nuestra decisión y qe allí está aguardando. 
Cuántos son los besos que no damos, los abrazos que nos negamos, o la palabra de amor, reconocimiento o afecto que muere en nuestra garganta esperando un después, ese después nunca llega o lo que es peor, aquellos a los que iban dirigidos ya no están. 
Y si en ese momento, al darnos cuenta de la imposibilidad de realizar lo que en nuestro interior sentíamos que comenzamos a lamentarnos por el tiempo perdido, y por todo aquello que no hicimos y ya no podemos hacer. 
Entonces, quedamos prisioneros de las dos paredes del tiempo, prometiendo a futuro hacer lo que hoy deseamos, lamentándonos del pasado por no haberlo hecho. 
Y en ese discurrir nos negamos la posibilidad real de modificar en efímero y tangible presente, aquello que hoy sentimos y que no nos animamos a ver, para no accionar. 
Sin darnos cuenta, en la búsqueda de la felicidad somos prisioneros del tiempo, para no encontrarla, puesto que nos asusta tanto su encuentro, que preferimos sentirnos frustrados, seres que no alcanzan lo deseado, como aquel que tras una vidriera trata de tocar el futuro impalpable, o se transforma en una herida víctima de lo perdido en el pasado sin comprender, que somos los mayores artífices de esas pérdidas. 
Y son esos Darmas cotidianos, los que permanentemente desaprovechamos y van incrementando nuestro Karma en esta y las próximas vidas. 
Por lo general, lo que guardamos y atesoramos sin utilizar son nuestros afectos más intensos, por más simples que sean, nuestras emociones más puras, nuestros pensamientos más nobles, nuestras acciones más tiernas. 
No guardamos, la bronca, ni el rencor puesto que de una u otra forma lo sacamos afuera, ya sea hiriendo a otros o a nosotros mismos, o ambas cosas a la vez. 
No guardamos los malos pensamientos, ni los malos deseos, puesto que afloran permanentemente, en nuestros días como frustración, o en nuestras noches como malos sueños. 
No guardamos nuestra violencia y agresión, que sin barreras brota desde una palabra, hasta un gesto, y comúnmente hacia aquellos que no lo merecen. 
Somos capaces de dar una cachetada, pero nos guardamos una caricia. 
Somos capaces de lanzar en el propio rostro de alguien a quien queremos herir, nuestra mayor indiferencia, y no nos animamos a dar el beso. 
Somos capaces de insultar con el peor de los epítetos, pero incapaces de dejar aflorar las palabras de ternura que mueren antes de llegar a nuestra boca. 
Somos capaces de odiar profundamente, y no somos capaces de amar con la misma intensidad. 
Somos capaces de guardar rencor por las ofensas, y no somos capaces de dejar aflorar la palabra de comprensión que hay en nuestro corazón. 
Sacamos para fuera, lo más ruin, violento, perverso y dejamos que se expanda. 
Atesoramos, avaramente, lo mejor que poseemos, sin darnos cuenta que esa buena semilla si la seguimos guardando se descompondrá y ya no servirá si pasa la época de la siembra. 
Quien desea poner esfuerzo en cultivar amarguras si puede dedicarse a lograr mejores cosas, porque podemos cultivar lo más bello de nosotros, para que florezca cada día, en cada momento, y que al mismo tiempo, florezca en los demás. 
Quizás podríamos manejar el tiempo viviendo cada segundo, como si fuera el último y planificandolo como si fuera el primero. Y en la unidad del pensamiento y en su acción, están las claves internas por las cuales las puertas interiores se abrirán de par en par. Porque, así como tenemos la opción de vivir o no cada segundo, también optamos por que clase de proyecto de vida tenemos. 
Somos en nuestra vida, los labriegos del campo de nuestra alma, y día tras día deberíamos levantarnos a plantar la semilla tenaz de la esperanza, para que crezca en el mañana. Y así, en unidad, podemos tener una nueva vida, en esta vida, si en su justo equilibrio : Vivimos cada segundo de nuestra vida como si fuera el último y lo planificamos como si fuera el primero. 

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