El lado más oculto y amargo de la relación madre –hija deriva de la creencia de que todo lo que poseen las hijas es por el esfuerzo de sus madres. De este modo, a la madre no le queda más remedio que terminar envidiando a su hija. ¡Qué desdichada y cruel ironía, envidiar a aquellas oportunidades que tanto se han esforzado en proporcionar a sus hijas!. Hay pocas emociones más difíciles de asumir que la envidia que siente una madre por su querida hija; por supuesto que las madres quieren lo mejor para sus hijas y por ellas son capases de sacrificarse ¿Qué podemos hacer por tanto, con la irritación que despierta el escucharlas hablar de la “nueva mujer” y con el resentimiento a veces imposible de encubrir que las embarga cuando las vemos organizar su futuro, cuántos hijos tendrán, cuantas veces darán la vuelta al mundo, como llegaran a ser pintoras, o irán de compras a las rebajas de la tienda de la esquina?¿Conviene entonces reprimir una amarga sonrisa, esbozar una mirada con descendiente o simplemente asentir con la cabeza?.
En general,
la mujer de hoy son mujeres que suelen haber elegido su propia vida, recibieron
una educación esmerada e iniciaron incluso una carrera universitaria a la que
terminaron renunciando a regañadientes como parte del precio que exige la
maternidad. Son mujeres, que sienten envidia y resentimiento hacia sus propias
hijas y que también se da cuando se intenta combinar la maternidad con la vida profesional,
el problema radica en las múltiples decisiones que generan gran cantidad de incertidumbre,
angustia y rabia, que deben tomar cotidianamente. ¿Permitiremos que el niño vea
televisión un rato mas para poder seguir dibujando o pintando?¿Prepararemos
espinacas congeladas (que no necesitan ser lavadas ) para poder disponer de
diez minutos extras para la contemplación o la meditación?¿ Dejaremos a los niños
una o dos horas más en la guardería para
poder asistir a ese cursillo que tanto nos interesa? A veces tomamos una decisión,
a veces otra contraria. Por más esfuerzos que hicieran nuestras madres por
disimularlo cuando éramos pequeños nos dábamos perfecta cuenta de sus enojos.
La escuchábamos repetir una y otra vez que la aspiración más noble de una mujer
es la de sacrificarse por su familia, para oír acto seguido que ella no estaba
haciendo ningún sacrificio. La vimos malgastar días enteros en preparar alguna
comida que aprendió de su abuela y como buscaba nuestros rostros para
justificar sus esfuerzos. Vimos como nuestra madre iba y venia inquietante una
y otra vez entre la sección de la comida congelada y las verduras frescas del
supermercado y como la recordamos tomando con expresión desencajada la espinaca
congelada mientras nos explicaba que no ocurría nada malo si por una vez cenábamos
comida congelada . Los niños también disciernen y se dan cuenta de que su madre
no siente sin más sus obligaciones, sienten la amargura y la resignación con la
que asumen su maternidad y como cuenta la envidia que las embarga cuando la
hija toma sus propias decisiones y sus intentos larvados de boicotear su
desarrollo y advierte claramente la amarga decepción que la atormenta por su
propia ambigüedad. Es inevitable que las hijas que hayan crecido en tal atmósfera
de ambigüedad tengan dificultades para su propia vida y deban terminar enfrentándose
a la terrible contradicción interna de creer que su madre fue feliz a pesar de
sus sacrificios. La hija intenta entonces, ocultar desesperadamente su propia
angustia y falta de afecto tratando de convencerse
de que no tiene el menor motivo para sentirlos. Y aunque lo niegue, hasta que
los problemas que enturbian la relación con su madre no surjan a la luz del día
(rabia por haber traicionado su potencial evolutivo femenino) les será
imposible separarse de ella y asumir su propia vida. La hija se encuentra
atrapada en una situación de la que no podrá escapar hasta que no desenrede el
complejo vínculo que mantiene inmovilizadas su energía y ambiciones. Superar a
la madre no solo es hacer lo que ella no hizo, sino constatar que no lo hizo
por una decisión personal. Si la necesidad económica o la creencia en el
destino inevitable de la mujer moldeo la vida de su madre hubiera querido
encontrar en la maternidad un sostén para superar su descontento e infortunio.
Pero si la madre decidió sacrificarse, en aras del bienestar de su hija pero
igual se siente insegura por su decisión y suspira por otra vida, si después de
tener hijos empezó a dudar de que no existieran otras formas posibles de satisfacción
y plenitud personal, si la envidia, el resentimiento y la añoranza emponzoñan
su vida, es muy posible que la hija se vea afectada por esa necesidad de
superar a su madre que es la causa fundamental de acuerdo a ciertas
investigaciones de todos los desordenes alimenticios. Cuando la madre no puede
seguir eclipsando su personalidad y vivir vicariamente a través de su hija,
esta última se verá compelida a tratar de superar a su madre y decidirá entre
dos alternativas igualmente inaceptables, ya que si se abre a la vida, puede
despertar envidia y resentimiento de la madre y si no, lo hace le recordará sus
propios errores y carencias. ¿A quién le pasa esto?¿A la madre herida que una
vez fue hija? ¿ O la hija enojada que quizás un día sea madre y termine convirtiéndose
en el blanco de los reproches de su propia hija? Debemos superar nuestra tendencia
de culpar a los demás y tomar consciencia de la angustia, la frustración y
abandono que en ocasiones nos embarga a las hijas de mujeres en crisis. Cuando
hayamos tomado conciencia de la rabia que sentimos hacia nuestra madre
deberemos aprender a ubicar este problema en su contexto social, sacando a la
figura de la madre del entorno domestico concreto y ubicándola en el momento histórico
en que dio luz a su hija. La mayor parte de las mujeres mantiene oculta su crisis
en el seno de su hogar y siguen intentando inútilmente sacrificarse a sí mismas
en aras del matrimonio y la maternidad. Sin embargo, tan pronto como salen del
entorno familiar e intentan aprovechar las oportunidades que le ofrece nuestra época,
la crisis termina por salir a la superficie, una mujer de cualquier edad se
convierte en una madre moderna, si oculta su crisis cuando ya no puede seguir haciéndolo.
Pero en el mismo momento en que pretende desarrollar su propia vida, esa mujer
se convierte en una hija con un problema alimenticio y debe detenerse para reflexionar
sobre la vida de su madre. Los desordenes alimenticios, solo pueden resolverse
en un contexto cultural amplio que nos permita desahogar la rabia por la forma
en que hemos sido educadas y que incluya también el derecho de nuestras madres, y también de nuestras hijas a expresar su propia impotencia, entonces el odio
no se dirigirá hacia la madre sino hacia un sistema social injusto que reprime
de continuo a la mujer. Y solo de ese modo, podremos ser capases de liberarnos
del estancamiento autodestructivo obsesivo y llegar a tomar consciencia de que
los desordenes alimenticios constituyen un acto profundamente político. Generaciones
enteras de mujeres, han sido llevadas al sentimiento de culpa, mujeres que no
han podido ser autenticas madres porque sus legítimos sueños y ambiciones jamás
fueron reconocidos, de madres que se sienten fracasadas y que no pueden
perdonarse por ello, de hijas que se culpan a sí mismas por necesitar más de lo
que sus madres fueron capases de proporcionarles y que advirtieron en su total magnitud
la crisis de su madre y que no pueden sentir rabia por ella porque saben cuánto
las necesitan.
¿Cómo pueden
entonces las hijas expresar su propia culpabilidad? ¿Como reconocer la
culpabilidad expresada en forma disfrazada bajo la apariencia de un síntoma?
Hoy en día sabemos, que nuestras hijas agreden a su propio cuerpo, hemos
observado en la forma en que se torturan con estrictos regímenes alimenticios
convirtiendo su cuerpo en un enemigo pero este ataque contra el cuerpo femenino
es en realidad una amarga hostilidad contra la madre , porque los rasgos de
cualquier desorden alimenticio expresan culpabilidad y angustia que no podemos
manifestar ¿No será esto que las lleva a agredir el cuerpo femenino que
comparte con su madre? Y que en un extraordinario acto de sustitución simbólica,
dirige la rabia que siente contra su madre hacia su propio cuerpo tan similar a
aquel otro que la alimentó, y a través del cual aprendió a conocer a su madre en
los primeros años de existencia.
El problema
en realidad es la culpa y la angustia que terminan deteniendo el desarrollo de
la hija, de este modo la mujer moderna, quiere seguir desarrollándose y para eso
deberá resolver la paradoja de querer controlar la rabia, ansiedad y pérdida que
implica distanciarse de su madre, destruyendo su propio cuerpo.