
El intercambio es directamente proporcional a la felicidad y aumenta o disminuye la intensidad del vínculo. Si el movimiento entre dar y recibir es amplio, nos inunda una sensación de plenitud y viceversa.
Pero como en todos los órdenes de la vida, existen variantes: se puede dar sin recibir y a la inversa, o no querer recibir. Esto deriva en consecuencias no tan felices. El dar sin recibir siembra hostilidad en la relación ya que insinúa que "es mejor que el otro se sienta obligado". Coloca a la contraparte en un lugar de inferioridad, negándole la posibilidad de igualdad en la relación. Aquel que no puede lograr una compensación reacciona con ira. Un ejemplo podría ser el de los planes sociales que se entregan a modo de caridad, sin que medie posibilidad de devolución a través de algún tipo de contraprestación, por ejemplo, laboral.
Cuando existe una negación a tomar, la intención es la de no estar obligado hacia el otro; la falta de compromiso. Hay un vacío que rodea a estas personas, que en general viven descontentas y sumidas en la depresión. Hellinger afirma que el origen de este rechazo es el no haber podido tomar a sus padres.
Así, equilibrio y felicidad son como las caras de una moneda, válida solamente para los que se relacionan a un mismo nivel y por eso está excluida la relación entre padres e hijos. Entre ellos, advierte el terapeuta, el desequilibrio no se compensa y sólo puede ser atenuado.
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